domingo, agosto 20, 2006

Arte subsidiado


Giulano de Medici

Gabriele Finaldi, director adjunto del museo del Padro, decía en una entrevista publicada en Arte y Parte que España es el país que cuenta con más pequeñas galerías y museos de toda Europa.

Yo, sinceramente, no sé como es el tema de "ser artista" en España ni cómo incide esto en el hecho de que haya tanta galería expositora. Pero si miro a Holanda -país en el que se ha desarrollado un estado del bienestar o, literalmente, un "estado de cuidado" (zorgstaat) en que el gobierno cuida, o cuidaba, de sus ciudadanos en el sentido más amplio de la palabra- resulta que el ser artista te da ya de por sí el derecho a un salario mínimo en forma de subsidio, eso sí, para ello hay que tener acabada la carrera de bellas artes o una amplia experiencia dentro del mundo artístico.
Se supone que con este subsidio el artista tiene más tiempo para desarrollar sus obras material, intelectual e incluso, ¿por qué no?, filosóficamente sin tener que recaer en preocupaciones tan mundanas como la de ganarse un salario para poder sobrevivir.
Lo que en teoría debía de ser la "solución ideal" para el desarrollo artístico holandés, en la práctica parece no dar mucho resultado. La opinión general es que el arte holandés actual no es tan innovador como cabría esperar, siendo "innovación" la palabra clave que parece determinar en este momento el grado de éxito obtenido o no dentro del mundo del arte y, sobre todo, en el del diseño y la arquitectura (fuera de la discusión de si se les puede llamar también arte).
Aunque siempre hay excepciones, como lo puedan ser los films de Saskia Olde Wolbers o, de forma más clásica, las obras de Arjan van Helmond entre otros, no deja de ser curioso que la mayor parte de los críticos sea de esta opinión culpando al sistema holandés de sostener económicamente a los artistas sin "motivarlos a crear" a menos que reciban subsidio por ello.

El artista inglés Chris Evas proponía hace poco en el Stedelijk Buro de Amsterdam a sus colegas holandeses, a través de un film hecho para la ocasión, que participaran en un workshop de tres meses de duranción para desarrollar diferentes ideas dentro de la pintura, la escultura, etc. Eso sí, de entrada decía que este workshop no estaba subsidiado y se preguntaba cuántos artistas se apuntarían a él (yo también). Curiosamente el film que él había realizado como crítica al sistema de subsidios holandés estaba "patrocinado" por tres firmas culturales, dos de ellas holandesas.

Otro punto es el caso que se está dando en Berlín, donde empresas están alquilando ateliers para artistas a precios mínimos, comercializando de esta manera el movimiento artístico "underground" tan representativo de Berlín, en el que, después de la caida del muro, artistas faltos de dinero ocupaban edificios vacíos del Berlín oriental para utilizarlos como ateliers y desarrollar eventos. Lo que me hacer recordar que hace poco se abrió una galería en Amsterdam que tenía como base "crear arte" a partir de productos industriales y ofrecer sus ideas a diferentes firmas para los subsidiaran. Una de sus obras fue diseñar un mueble de cocina en el que el material no era ni madera ni plástico, sino azucar morena de la refinería X.

Para ir finalizando: en un artículo de la revista holandesa de arte contemporaneo Metropolis M se comentaba que tanto en París como Londres o Nueva York son las galerías de arte las que determinan quién tiene éxito o no y, en consecuencia, qué es arte o no, destacando Viena como capital del arte no comercial (con lo cual le pone ya una estampa haciéndolo comercial).

Todo esto me ha llevado a preguntarme en muchas ocasiones si en este momento se puede hablar facilmente del "valor" del arte sin nombrar un precio.

sábado, agosto 19, 2006

Postales

"En mi cabeza, la calle". Serie Postales de Barcelona. Martín Podder

Como dice en un capitulo el narrador de "A la búsqueda del tiempo perdido" de Marcel Proust, hay lugares que reciben una belleza o un significado especial en nuestra mente debido al estado emocional en el que nos encontramos en algún momento determinado.
Todos tenemos rincones en nuestras ciudades que nos traen una imagen a la memoria que sólo nos dicen algo a nosotros, y cuando pasamos por ellos nos llenan de sensaciones mientras que nuestro eventual acompañante no nota nada de ellas y las atraviesa indiferente. Esto mismo nos sucede con olores o pequeños fragmentos de imágenes que de repente nos pueden transportar a otros momentos y lugares.
Son postales mentales que llevamos siempre con nosotros y nos acompañan en nuestros viajes y paseos diarios.

Entre mi colección de postales mentales tengo una paleta de colores que sólo le corresponde a Holanda. Es una paleta de colores grises, verdes y ladrillo que a veces me asaltan sin el menor aviso y me hacen disfrutar de las cosas más tontas, son imágenes de campos de un verde profundo recortadas sobre el gris plomizo del cielo, que aún los hacen parecer más verdes, salpicados de manchas blancas que no son otra cosa que vacas pastando y que de repente toman el tono justo mientras pasan a mi lado por la ventanilla del tren.
Tonos de gris y verde que sólo he visto juntos aquí, en Holanda, y que son totalmente diferentes de los grises y verdes de España. Tonos que traen sensaciones sin definir a mi cabeza como si de postales desvaídas se tratase de las que se ha borrado la dirección del remitente, tonos que traen recuerdos de un sitio lejano sin que éste lo sea (estoy en él!), confundiéndome y extrayéndome del momento en el que me encuentro, dejando postales grabadas en mi cabeza que llevaré conmigo en otros viajes, sobreponiéndolas a las imágenes que tengo frente a mi.

Esto mismo me pasa con Amsterdam, ciudad de color gris y ladrillo, cubierta de una pátina nostálgica que cubre todas sus calles. Nostalgia de una ciudad que, quizás, nunca llegó a ser y que ahora abarrotada de turistas y postales en papel barato -que pretenden sustituir a las imágenes mentales que algún familiar lejano todavía no ha podido formar de la ciudad por no haber estado en ella- intenta remitir a un pasado incorporado en nuestra cabeza por esa idea romántica creada por películas, documentales, libros o -una vez más- postales baratas que alguna vez recivimos de un familiar o amigo. Postales que porcierto ahora son sustituidas por imágenes en internet o libros de fotografía, imágenes sacadas de contexto en las que sólo se dejan ver sus casas y canales pintorescos, iluminadas por un sol que rara veces nos acompaña y en el que estrés de la vida diaria no tiene cabida.

Amsterdam, ciudad que adoro, es para mí la ciudad del eterno cielo gris, ladrillos rojos húmedos y olor a lluvia. El ladrillo me acompaña donde quiera que vaya, sin importar si uno se encuentra en el centro o en algún barrio periférico, ya que el ladrillo es el material por excelencia de este país del tamaño de una cáscara de nuez donde todo parece acomodarse a su escala.
País del ladrillo donde Rietveld tubo tanta dificultad para introducir sus casas inmaculadamente blancas junto a las rojas de sus vecinos, disgustados por esa omisión del material "rey".

Postales de colores que me envuelven cada día.

sábado, agosto 05, 2006

La arquitectura de las palabras

La Arquitectura de las Palabras es, según sus autores, una novedosa campaña de comunicación social emprendida por Arquitectos Sin Fronteras que refleja la importancia del lenguaje, de la lectura y de intentar llamar a las cosas por su nombre.





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