martes, diciembre 18, 2007

Por adelantado...

Albada de bombolles. Fotografía: Ingrid Vives Rubio



Mañan tempranito estoy saliendo para Zaragoza para reencontrarme con Juan y ver como siguen las obras de la Expo...

Como no sé que tal tendremos la conexión por esos lares os deseo a todos ya, y por si acaso, unas



FELICES NAVIDADES Y UN PROSPERO AÑO NUEVO!!!.




PD: De todas maneras seguro que me sigo pasando por la red a leer como va el mundo ;o)

lunes, diciembre 17, 2007

Temor a la masa...



Siempre me ha gustado viajar en tren, es una experiencia totalmente diferente a viajar en autobus o avión. Uno tiene realmente esa sensación de "ser viajero": ir paseando hasta el vagón restaurante para tomar algo, mirar una película (si tiene tv), leer a tus anchas literal y figurativamente -porque en el tren curiosamente siempre tenemos más espacio que en otros medios de transporte- o simplemente mirar por la ventanilla esos paisajes que no están divididos por un gruesa linea de asfalto.

Me resulta intrigante ver cómo en cada país se viaja de forma distinta en tren. Así, en España, cuando viajo en tren siento que me puedo "acomodar" para el viaje, los trayectos suelen ser largos entre parada y parada (exceptuando quizás los trenes de cercanías de las grandes urbes) lo que hace que la gente a tu alrededor "se acomode" igualmente, una especie de disfrute colectivo que en Holanda, por ejemplo, no existe.
Aquí ir en tren es lo más parecido que hay a viajar en autobús o tranvía. No importa si te instalas en un tren de cercanías o de largos trayectos, si viajas en hora punta o durante el día, el resultado es siempre el mismo: gente que sube y baja constantemente y a toda prisa, cambiando la cara de tu vecino de enfrente cada dos por tres, llamadas telefónicas, abrigos y bufandas que no merecen la pena sacarse porque en poco tiempo nos encontramos en nuestra estación de destino, patatas fritas con mayonesa en la mesita del vecino, por la mañana trenes abarrotados que te obligan a realizar el trayecto de pié, apretujada entre maletas y maletines, periódicos y abrigos para, a la tarde, volver a pasar por lo mismo.

A veces una realiza viajes memorables, como el de este sábado pasado de camino a Róterdam, un viaje de poco más de una hora. Viaje en el que tuve la desgracia de ir a compartir vagón con un grupo de amigas (ya en los 50 todas) que por lo visto se iban un día de excursión y parecían estar celebrando la Navidad por adelantado. Horror, cuando me dí cuenta ya era demasiado tarde, el tren se había llenado y no tenía escapatoria.

El viaje con el grupo de amigas comenzó de manera inocente, se abrieron botellas de coca-cola, se repartieron vasos y varios tipos de galletas hicieron la ronda entre las ocho amigas seguidas de canciones navideñas. La cosa se complicó cuando empezaron a abrir un par de carritos de la compra que llevaban consigo, correctamente adornados con complementos navideños, y comenzaron a vaciar su contenido.
Lo primero que surgió de esas bolsas prodigiosas fué una cinta plástica con la que delimitaron su territorio -como la policía cuando se ha cometido un crimen en la calle, a la CSI- cerrando el pasillo en ambos sentidos e impidiendo que la gente atravesara ese pequeño espacio que las separaba de sus compañeras. A continuación aparecieron unos gorros con forma de arbol navideño y cabezas de alce con cascabeles que iban y venían, moviéndose al son de las canciones mientras se repartían y abrían regalos, seguidos consecuentemente de escandalosas risotadas, haciéndonos "disfrutar" del espectáculo al resto de los pasajeros. Cosa que tiene su gracia los primeros quince minutos pero que en media hora se convierte en fastidio y a la hora ya pasa a ser desesperación.

De repente me acordé de otro viaje, esta vez Lisboa-Oporto, en el que un grupo de juvilados se subió al vagón que nosotros ocupábamos. Por lo visto las señoras del grupo se habían estado comprando sombreros porque a lo largo del trayecto nos obsequiaron gratuitamente, entre carcajadas y gritos, con un desfile en el que el pasillo hacía la vez de pasarela (¿serán siempre las mujeres las que hacen estas tonterías?).

Para este viaje, Amsterdam-Róterdam, yo me había llevado una serie de artículos sobre la ciudad con intención de leerlos durante el trayecto a la vez que escuchaba mi MP3 -ah ingenua...- y casualmente, en lo poco que pude leer, resultó que un artículo hablaba sobre la tolerancia que desarrollamos los urbanitas ante situaciones de contacto indeseado con el resto de la masa.

Canetti escribía en 1960 en Masa y Poder "no hay nada que le de más pavor al hombre que entrar en contacto con lo desconocido" y continúa "para esto es necesaria la masa en la que nos encontramos cuerpo contra cuerpo, también en el sentido mental, de tal manera que no nos damos cuenta de que quién se nos aproxima demasiado. En cuanto nos entregamos a la masa no tememos su contacto. En el caso ideal somos iguales al resto. No hay ya ninguna diferencia, ni siquiera entre los diferentes sexos. (...)"

¿Se habría encontrado Canetti también en un mismo vagón con un grupo de señoras cantando villancicos?

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lunes, diciembre 03, 2007

Querida Mara, cartas de un viaje por la Patagonia

Carlos Echeverría (tras la cámara junto con Alexis Jorquera y Laura Linares



La semana pasada se llevó a cabo el Festival Internacional de Documentales en Amsterdam (IDFA).

Entre otros se encontraba el director argentino Carlos Echeverría presentando su película “Querida Mara, cartas de un viaje por la Patagonia”. Carlos Echeverría, conocido por su película anterior “Pacto de silencio”.

Querida Mara nos muestra la dura vida de los esquiladores de ovejas argentinos -tras un telón de preciosos paisajes y soledad- mientras se recorren la Patagonia durante meses para poder sustentar a sus familias Una película llena de contrastes y paralelos, donde la historia y el presente se entrelazan, dándonos una visión muy peculiar de este mundo desconocido para la gran mayoría de nosotros. En ella se nos dejan ver unos personajes sencillos pero que tienen muy claro qué condiciones necesitan para poder trabajar bien, condiciones que paradójicamente dificilmente encontrarán en las haciendas –previamente seleccionadas por el contratista que les da el trabajo- que van recorriendo. Gente sencilla, como decía, que no tiene más aspiraciones que el poder volverse a reunir con su familia, estar con los suyos y trabajar bien, siendo a la vez muy conscientes de lo que tienen y dónde está su vida por muy insegura que esta parezca.

Querida Mara no es sólo la crónica de la vida de estos personajes sino también la de una realidad que vá más allá de esa que nosotros conocemos, urbanitas no por naturaleza sino por condición, una realidad de la que no somos conscientes pero que acontece a una gran parte de la población siendo los esquiladores un pequeño porcentaje de ella...cuántos emigrantes –internos o extranjeros, no importa- no se encuentran en la misma situación, aún hoy en nuestras ciudades?

Querida Mara es la denuncia de esta situación. La película se extrenará el año que viene en Argentina, empezando por la ciudad en la que se inicia la aventura, donde los esquiladores son contratados, donde viven sus personajes. Tengo curiosidad por ver que sentimientos y reacciones desatará.

Tuvimos la suerte de poder compartir una cena y varios cafés con Carlos Echeverría mientras hablábamos de la película, de las tomas realizadas, sus anécdotas... conversaciones realmente interesantes que nos dejaron ver, por un momento, más allá de la cámara.

Una película realmente recomendable para todos aquellos que tengan la oportunidad de verla.