domingo, febrero 25, 2007

Imagenes urbanas

Buenos Aires, Argentina*


Rosario, Argentina.

Rosario, Argentina.

Rosario, Argentina.

Rosario, Argentina.

Victoria, Argentina.

Fotos: SA

Siempre me ha fascinado viajar, no solo por la curiosidad/necesidad de conocer o descubrir sitios y realidades nuevas sino porque esos mismos sitios y realidades te hace mirar tu entorno habitual con otros ojos.

Eso me pasaba estando en Argentina, paseando por las calles sentía el asombro de esa carga de imágenes que te salen al encuentro en cada ciudad: carteles publicitarios, nombres de establecimientos, ofertas y servicios ofrecidos se entremezclan formando un collage através del cual se entrevee la ciudad. Un enjambre de imágenes y textos que me abrumaban primero para pasar, después, a formar un conjunto inseparable de sus calles y fachadas.

La ciudad argentina, y estoy hablando de ciudades como Buenos Aires, Mar del Plata y Rosario pero también de pequeñas ciudades o pueblos como puedan ser Victoria, es un claro ejemplo de con qué violencia las imágenes han pasado a formar un elemento más, que casi se podría decir indispensable, en la visual urbana.
Pero ¿somos conscientes de ese ataque visual, de esa aglomeración de símbolos, siluetas, imágenes y palabras que nos rodean diariamente?
Hace poco, en una visita a una empresa de iluminación holandesa, se nos dejaba ver en la práctica lo rápidamente que los ojos se acostumbran a un cambio de intensidad de luz a la que son sometidos por unos minutos. Algo así debe de suceder con las imágenes, en un principio nos llaman la atención, nos seducen, parecen perseguirnos, pero poco a poco van desapareciendo en una nevulosa uniforme de la que sólo, muy de vez en cuando, sobresale alguna figura. Nos hacemos inmunes a ellas, o al menos deberíamos, para poder soportar esa sobre exposición visual a la que nos vemos sometidos en las calles, revistas, periódicos y televisión. Ya no nos podemos imaginar un entorno que no esté recargado de imágenes.

Pero son justamente todas esas imágenes o mejor dicho, la falta de ellas, las que a la vuelta me dejan mirar la ciudad en la que vivo, Amsterdam, de otra forma.
Una ciudad en la que es dificil decir, mirando sus calles, la época en la que uno vive. Sólo los modelos de los coches o la moda usada por los peatones del momento indicarían, en una instantanea, la década en la que fué tomada. Accesorios pasajeros que no dejan huella en sus fachadas, fachadas históricas en el centro (del siglo XVI y XVII en su gran mayoría), de principios del siglo pasado alrededor el anillo de canales, setentosas en las siguientes ampliacones pasando por las zonas ochentosas y noventosas de las zonas de oficinas de las afueras.

Por supuesto que hay excepciones, si uno llega en tren a la ciudad y se va paseando hasta la plaza Dam se encontrará con una colección de carteles con nombres de negocios que no hayará en ningún otro sitio de la ciudad, un recorrido que parece dejar al viajero por unos momentos en la ilusión de encontrarse aún en un entorno conocido pero del que, poco a poco se irá alejando al introducirse en la ciudad para encontrarse con un vacío del que sólo lo sacarán las escenas familiares que se ven através de las ventanas. Porque ahí donde en Argentina se inundan las calles de imágenes inanimadas, en Amsterdam parecen desarrollarse pequeñas actuaciones teatrales detrás de cada vidrio. Actuaciones destinadas a un público interno pero de las que, de igual manera, se le permite disfrutar al transeunte.

Ese cuidado holandés por dejar las calles vacías elementos visuales ajenas al mobiliario urbano da una tranquilidad a la vista que puede acabar haciéndose monótona pero que a la vez deja ver la ciudad como ha sido pensada, sus fachadas y vacíos toman el sitio que les corresponde, resaltando rápidamente si han sido mal diseñados. Espacios públicos que no lo son por no disponer del mobiliario urbano correspondiente, o está mal situado, para hacer que se los disfrute como tal se convierten en huecos urbanos que no desaparecen bajo las imágenes amontonadas de carteles publicitarios. Los comercios se amontonan en las calles que han sido pensadas para ello, dejando el resto de la ciudad desprovisto de rótulos.
Pero a su vez, el dinamismo de la ciudad parece desaparecer junto con ellos, volviéndose esta un ente estático en el tiempo.

¿Será este el dilema del cartel publicitario?


* Atención al chalecito que alguién se ha construido sobre el edificio tras los andamios en la avenida 9 de Julio. ¿Hay alguién que me pueda explicar como apareció allí?

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Si, la polución visual en la ciudad es terrible. Hay muy poco control. Y uno termina embotándo sus sentidos para evitar una sobrecarga del sistema nervioso central. Es necesario dejar de ver, dejar de escuchar para poder llegar a destino. Recuerdo Amsterdam de cuando estuvo y es cierto, hay una traquilidad mucho mayor en ese aspecto.
El chalecito tiene su historia y justificación, cuando la encuentre en la net te la paso. No me voy a poner a zanatear yo.
Saludos.

Susana Aparicio dijo...

Hola paterna, estoy esperando la historia del chalecito con ansiedad... jajaja.
Lo descubrí hace un par de años y no le saqué foto en ese momento, así que esta vez fuí a ver si todavía existía o había sido fruto de mi imaginación... pero no, ahí seguía...

Un saludo!

Gus dijo...

Muy buenas las fotografías urbanas!!
habitaquo