martes, marzo 09, 2004

Cuando suenan las campanas.

Todos tenemos sonidos que siempre nos acompañan y nos traen recuerdos o nos hacen ser conscientes de un momento. En mi caso son las campanas.

Las primeras imagenes que me traen a la mente son los dias soleados que pasaba en Abiego, un pueblecito del Somontano (España) donde mis padres tienen un chalet. El pueblecito no cuenta con mas de 300 habitantes, pero en verano llega a tener mil. Todas las familias que se han ido a la ciudad -ya sea Huesca, Barcelona o Madrid- regresan a pasar parte de esos meses acalorados o a dejar a sus hijos con los abuelos.

Las campanas de la iglesia de Abiego resuenan en todo el pueblo remarcando su soledad a la hora de la siesta, cuando no se ve un alma por la calle y el sol quema en la cara, o indicando que el pan ya ha salido del horno (a las 12 del mediodia) y es en ese momento cuando todas las amas de casa se van congregando en la panaderia, intercambiando saludos y cotilleos.
Para mi, de niña, las horas mas importantes eran la una de la tarde: cuando tenia que volver a comer a casa; las cinco: la hora de la merienda; y las nueve: la de la cena. Mi dia se regia por los horarios de comida, en esos momentos tenia que estar en casa, el resto podia hacer y estar donde quisiera. Lo curioso es que solo oia las campanas de esas horas... las demas desaparecian entre juegos y excursiones, como si el tiempo hubiese dejado de existir y no tuviese lugar en mi vida infantil.

Sin embargo ahora soy mucho mas consciente del tiempo que marcan. Ya no determinan solamente el momento de la comida, sino el de partir o el comienzo de las diferentes actividades diarias. A las ocho de la mañana me acompañan de camino al tranvia, las de las seis de la tarde me dan la bienvenida y a partir de ahi me van señalando los momentos de la tarde, me marcan el ritmo.

Las campanas que oigo ya no son las de la iglesia de Abiego, son las del Rijksmuseum de Amsterdam, y aunque suenan de manera diferente por un momento me transportan a esos dias soleados y a esa vida estatica que todavia transcurre en el pueblecito, devolviendome la tranquilidad y la sensacion de que el tiempo no existe, ya no pasa.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bonito relato sobre las campanas de nuestro pueblo. Te recuerdo Susana; morena, pelo rizado, ojos vivos y siempre sonriente. Espero que la inmensa planicie Holandesa no te haya cambiado un ápice.

Saludos

Susana Aparicio dijo...

Hola, gracias!

Y quién eres?? no me dejes con la duda!

Por lo demás no creo que haya cambiado mucho... por lo menos no me he vuelto rubia y de ojos azules... jajaja

Un saludo!