martes, julio 27, 2004

(1) Un mundo...

Cada ciudad tiene una red de mundos paralelos que conviven sin saber de su existencia o ingnorándose entre ellos. ¿A qué se debe esto?, ¿desinteres?, ¿falta de información? quién dirá, el hecho es que están ahí, al alcanze de la mano de todos y muy pocos parecen percatarse de ello.

Pero a veces estos mundos se cruzan, como por equivocación, mostrándose por un momento, formando parte del otro para después volver a desaparecer en la niebla de sus propias preocupaciones cotidianas. Esto es lo que me sucedió a mi hace unos dias, haciéndome dar de bruces con ambos mundos, tan diferentes entre si y a la vez tan parecidos, con los mismos problemas pero desenvolviéndose cada uno de ellos en otro medio. Un medio tan fuerte, cada uno en sí mismo, que parece formar una barrera mas alta que cualquier muro que se haya podido construir hasta ahora.

Me explicaré, en este momento estoy realizando, junto con Juan, una investigación sobre "los inmigrantes y la ciudad" con Amsterdam como escenario. Para ello estoy entrevistando a varias personas pertenecientes a diferentes generaciones que emigraron a Amsterdam, cada una por sus propias razones, en diferentes épocas. La organización para la que estoy haciendo la invesitgación, LIZE, exige que el grupo al que estoy estudiando sea de origen español, grupo al que apesar de pertenecer yo misma nunca se me habría ocurrido estudiar como "inmigrante en Holanda". No porque no me considere inmigrante, ¿lo soy? ¿cuándo se es un inmigrante?, sino porque el concepto de inmigrante parece ser equivalente a ¨problemas de integración y adaptación¨.

Después de varios meses de contactar gente, pensar en quienes podrían ser entrevistados, la estructura de la entrevista, el objetivo y como encararla, tuve por fin la primera de ellas.
El personaje principal era una mujer de 45 años, Ana, emigrada hacia 22 por causas del corazón (ninguna enfermedad, se enamoro...aunque esto también puede ser catalogado como un mal corporal) pero con el tiempo se había dado cuenta de que su corazón todavía estaba en España y apesar de ser feliz en su matrimonio no dejaba de extrañar ese pais donde "por lo menos hace sol". A lo largo de las entrevistas, fueron dos, nombró varias veces al "padre Bussin".

- ¿El padre Bussin?- le pregunté intrigada, ya que durante la preparación de la investigación nos habíamos encontrado varias veces con el nombre del "padre Theo", para la generación más joven, o "padre Bussin" para la mas añeja. - ¿quién es el padre Bussin?
- El padre Bussin, Theo Bussin, es un cura que se encuentra en "Casa Migrante" y que ayuda a los españoles e hispanohablantes con cualquier problema... y lo lleva haciendo desde hace por lo menos cuarenta años .
- ¿Y cúanto hace que está en Holanda?
- No, no, el padre Bussin es holandes!!
- Pero habla perfectamente en español! -le dije sorprendida, le había oído dar un discurso, sin poder llegar a verlo, ante el consulado español el día de la marcha por el atentado del 11 de marzo.
- Si, si, claro...

Para mi no estaba tan claro, así que quedamos en llamar al padre Theo (me considero de la generacion más joven) para pedirle una entrevista y ver qué nos podía contar sobre los inmigrantes españoles. Nos habían dicho que antes de las ocho no iba a aparecer por el despacho porque estaba trabajando fuera. Esa misma tarde, a las ocho, estábamos llamando.

- Disculpe, ¿podría hablar con el padre Theo Bussin?- no sabía como llamarlo.
- Si, soy yo.
- Ah... bueno, mire se trata de lo siguiente... -va la explicación sobre la investigación- ...así que... ¿podríamos hacerle alguna entrevista?
- Si, si, seguro... pero tengo que mirar mi agenda -ruido de papeles- uh... ¿podríais venir un día por la tarde? bueno, mejor dicho, ¿podríais estar aquí hoy a las nueve? sino no sé cúando voy a tener tiempo...
- Si, por supuesto, ¿como llegamos?
- ¿Venís con el "trafico" publico? pues entonces...

El padre Bussin... ¿cómo sera? me preguntaba de camino a Casa Migrante, sabía que tenía 68 años y que, por su voz y lo que nos habían contado de él, tenía una energía inagotable, pero ¿cómo sería después de tantos años de trato con españoles? ¿se nos parecería? ¿se habrían adaptado su fisonomía, sus expresiones y costumbres a las nuestras?.
Parece ser que si, porque nos tuvo esperando hasta las diez antes de poderse reunir con nosotros.

Mientras esperábamos a que viniese aprobeché para hechar un vistazo a Casa Migrante. Nos encontrábamos en la sala de una casa monumental de comienzos del siglo pasado, llena de muebles de roble, oscuros, macizos y pasados de moda sin poderse llegar a decir destartalados, que daban una sensación de agobio sin ser tal ya que la sala tenía unas dimensiones enormes. Nosotros estábamos sentados en un sofá de cuero oscuro formando una L con su complemenario, habíamos dejado enfriar nuestros cafés en una mesita baja que teníamos enfrente mientras mirábamos de vez en cuando la televisión que se encontraba sobre un mueble, más alto que yo y totalmente desproporcinado (el mueble, no yo), al otro lado de la mesa. En el otro extremo de la habitación se encontraba una mesa a la que tranquilamente se podían sentar unas doce personas y junto a ella un armario de estantes lleno de libros desencuadernados y viejísimos, detrás de la mesa unas puertas corredizas de cristal dejaban ver otra habitación con ordenadores, del siglo pasado, donde seguramente se daban las clases de informática gratis que había visto anunciadas en el hall de la entrada.

La gente entraba y salía, se saludaba y se despedía, todo gente joven, y el padre Theo seguía sin aparecer. Finalmente pudimos entrevistarlo, un hombre medianamente alto, de pelo blanco y ojos azules de mirada inteligente, nos atendió. Estuvimos como una hora y media haciendole preguntas y escuchando sus respuestas. Nos contó por qué precisamente los españoles habían llamado su atención, su primer contacto con ellos, cómo surgió Casa Migrante, los problemas con los que se encontraron los primeros inmigrantes, la posición de estos en Holanda y España, sobre las familias que muchos de ellos habían tenido que dejar atrás, cómo veía las diferentes generaciones de inmigrantes españoles y su opinión, crítica, muy crítica, sobre la nueva ley de extrangería que se iba a implantar en Holanda.

Después de esto nos juntamos con los demás, los que habían quedado, a tomar unos vinitos y comer un poco de queso. La reunión estaba formada por Toost, una monja de unos cuarenta años de la que sabemos que es monja porque nos lo dijeron, de otra forma ni nos habríamos enterado; la traductora oficial de Casa Migrante, una voluntaria de unos cincuenta años; un chico chileno y otro colombiano, ambos voluntarios que se ofrecían a realizar pequeñas tareas en la organización y nosotros dos. Nos estuvimos riendo, hablando de política y arreglando el mundo hasta la una y media de la mañana, volviendo agotados a casa mientras pensaba en todo lo que había escuchado ese día y la impresión que había causado la persona del padre Theo en mi, sin saber que poco después me iba a encontar con un mundo de inmigrantes españoles totalmente diferente a este, que sin embargo no estaba tan alejado de sus mismos problemas.

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